La detección de la mentira

¿Somos capaces de detectar cuándo alguien nos está mintiendo?

La mentira es un algo que hacemos habitualmente, sea para bien o para mal, mentir siempre acaba trayendo sus consecuencias. En este artículo te explicamos maneras de detectarla.

A todos nos han mentido alguna vez en la vida e incluso nosotros mismos también lo hemos hecho. Probablemente, al mentir a alguien habrás pensado mentalmente en los pasos de cómo hacerlo, de tal manera que no se den cuenta y salirte con la tuya. Por ejemplo, intentando no ponerte nervioso, ser convincente, controlando la expresión facial, etc. Pero ¿realmente podemos controlarnos al 100%?

Según el estudio Nuevas aproximaciones en detección de mentiras I. Antecedentes y marco teórico (Masip, J., & Herrero, C, 2015) varias líneas de investigación coinciden en mostrar que mentir realmente requiere más esfuerzo mental que decir la verdad. La detección de la mentira también supone un esfuerzo extra para el interlocutor.

Aun así, es normal no percibir que nos están mintiendo, como dice la Asociación Americana de Psicología, la duda sobre la sinceridad no es nuestra mejor capacidad, citando a Robert Rosenthal y sus colaboradores (por ej., DePaulo, Zuckerman y Rosenthal, 1980a, 1980b; Zuckerman et al., 1981; Zuckerman y Driver, 1985) “Si apenas hay indicadores que diferencien entre verdades y mentiras, entonces la capacidad de la gente para identificar comunicaciones sinceras o falsas será escasa”.

Pero podemos mejorar nuestra capacidad de atención y aunque no haya un factor determinante para la mentira, sí que podemos fijarnos en algunos indicadores relevantes.

El comportamiento

Si conocemos bien cómo se comporta esa persona al decir la verdad, podríamos sospechar de una posible falsedad en el momento que notemos un comportamiento diferente.

Paul Ekman, uno de los psicólogos pioneros en el estudio de la comunicación no verbal, y las microexpresiones, – expresiones faciales realizadas de manera automática e involuntaria -, comenta en su obra que las microexpresiones, nos pueden dar información del estado de ánimo de los demás, y alertarnos, aunque son insuficientes para confirmar una la mentira.

La mirada

También nos puede ofrecer información. Por ejemplo, si la persona no puede mantener la vista cuando te está explicando algo y desvía la mirada hacia otro lado.

La actitud

Cuando tu interlocutor evita contestar a algunas de tus preguntas, se queda bloqueado, tarda en responder o lo que dice no tiene sentido, podría ser indicativo de que no es sincero. Como explica Ekman en su libro “Telling lies” (2009) “los mentirosos no siempre anticipan cuándo necesitarán la mentira. No siempre hay tiempo para preparar la estrategia, ensayarla y memorizarla.”

El vocabulario

Que se utiliza durante la generación de la mentira puede darnos pistas al quedar alterada la manera de expresarse. Como también dice Ekman “los mentirosos tienden a ser más cuidadosos con la elección de sus palabras” (Ekman, 2009) y argumenta que los mentirosos “tendrán más éxito con sus palabras que con su rostro”. (Ekman, 2009). Debido a que “La cara está directamente conectada a las áreas del cerebro involucradas con la emoción, y las palabras no. Cuando se despierta la emoción, los músculos de la cara comienzan a dispararse involuntariamente.” (Ekman, 2009).  

La voz

Está asimismo ligada a las emociones, pudiendo el tono, la sequedad de la garganta o el timbre, traicionar al insincero.

Finalmente, sabemos que hay maneras de fundamentar una mentira desde el punto de vista argumental, pero estos nunca serán totalmente fiables. Podremos detectarlos por su lógica.

En el reconocimiento de estos indicadores, no podemos obviar la persona con la que interactuamos, ya que estas pistas deben de ponerse en el contexto de ésta y de la conversación.

Para leer otros artículos pincha aquí

Ekman, P. (2009). Telling lies: Clues to deceit in the marketplace, politics, and marriage (revised edition). WW Norton & Company.

Masip, J., & Herrero, C. (2015). Nuevas aproximaciones en detección de mentiras I. Antecedentes y marco teórico. Papeles del Psicólogo, 36(2), 83-95.